19.9.11

Abandono.


- No te vayas todavía -le pidió, aún echa un ovillo en una esquina de su cama diminuta.
Todavía implicaba que, en algún momento, se acabaría.
A nadie le interesa la luz teniendo manos, lengua y labios. A nadie le interesa la luz en una cama tan pequeña.
La buscó. Todo su cuerpo se puso manos a la obra, guiándose a tientas en busca de la fuente de aquel calor tan protector. Encontró primero su hombro, redondo, y luego bajó por su brazo para deshacerse de la inquietud en su vientre. En su ombligo. Con las manos llenas de temblores bajo la uñas, de no saber acariciar. La encontró suave y quieta, con el pecho subiendo y bajando al ritmo que marcaban sus caricias.
No, la luz era completamente innecesaria.
- Es tarde - susurró. Y fue el único movimiento que hizo. Tomo el aire suficiente en los pulmones para emitir el sonido suficiente. Despego lo labios y su boca se movió, modulando los sonidos. Dejó que el aire corriera por su garganta, entre sus cuerdas bocales, y controló el volumen para que, finalmente, fuera un susurro.
- Es tarde - repitió la otra, con menos esfuerzos, renovando sus ganas de acurrucarse y hacerse lo más pequeña que pudiera.
No necesitaba la luz, pero le daba miedo estar sola. Sola en el universo, que se expande y cada vez es más intragable. Incomprensible. Inhabitable.
- Sí - contestó, y frunció los labios. Frunció las cejas. Frunció las mejillas, las orejas y las pestañas.
Frunció la vida, le dio un beso, y escapó de la cama.
Lejos.
Y una vez el calor se hubo ido la cegó lo oscuro de la soledad.

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