13.12.11

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Está de pie, con los brazos cruzados, y cuando me ve se acerca a la carretera hace un gesto de autostop, con una sonrisa.
Durante un momento me paso la mano por la barba incipiente, planteándome la idea de seguir de largo y escapar de esta locura, pero termino parando el coche junto a él.
Entra en el coche, cae en el asiento despreocupadamente y cierra la puerta con suavidad, como si de un rito se tratara. Él y sus dieciséis que parecen catorce, su pelo rubio sin control y su sonrisa de niño maleducado. Por un momento me pesan mis veinticinco, recién cumplidos, pero al momento se gira, y me dedica una de esas sonrisas que le iluminan los ojos, grandes y negros, espantando todos los fantasmas.

- Hola – me dice, alegre

Desdibujo mi cara de pócker con una media sonrisa, en forma de saludo, y cuando piso el acelerador le pregunto:

- ¿A dónde quieres ir?

No dice nada, se pone a buscar alguna emisora, moviendo la rueda de la radio con rapidez. Me escruta un momento, como sopesando mis gustos, y al final se decide por algo de pop. No es lo más acertado, pero podría ser peor, así que me permito reír suavemente, mientras él mueve la cabeza al ritmo de la música. Salimos de lo gris de la ciudad, así que le piso un poco más, y ahora que ha abierto la ventanilla el pelo rubio se le mueve con el aire. Con una mano gira la ruedecilla hasta que el volumen de la radio está al máximo, y con la otra juega, por la ventanilla. Casi sonrío cuando empieza a cantar a todo pulmón el estribillo de la canción, y él lo nota, porque se prende de mi esbozo de sonrisa, y me grita para oírse por encima de la música:

- ¡Hoy quiero que me lleves a donde se cumplen los sueños!

Conduzco un buen rato, pendiente de sus movimientos inquietos por pura inercia. Me mira, se pierde por la ventana y cambia de canción a partes iguales.
Llegamos. Aparco el coche justo al lado del mirador de madera, y cuando yo me estoy quitando el cinturón de seguridad él ya está completamente asomado, gritando de asombro.
Me acerco hacia él, desde aquí se puede ver la pequeña playa de arena blanca, bañada un tranquilo mar azul celeste.

- ¡Este sitio es increíble! – admira, girándose para sonreírme.

Yo no le digo nada, pero me pierdo en sus ojos negros, por un momento.

- ¿Quieres bajar? – pregunto, señalando la escalera de madera que lleva hasta la playa.

- No he traído bañador – sonríe, y es más una advertencia que una pega.

Se me adelanta y baja a saltos, lleno de energía, mientras yo busco una toalla en el coche.
Bajo despacio los escalones, y el sonido de la madera crujiendo se pierde entre las olas y su risa de niño impaciente.Tarda nada en desvestirse y correr hasta el agua.Yo, por mi parte, extiendo la toalla en la arena, me quito la camisa y me siento abrazándome las rodillas, observándolo.

- ¡Joder, esta helada! – se queja, huyendo de una ola.

Me dan ganas de reírme, pero los escalofríos que me dan el viento y el mirarlo no me dejan. Duda un momento, pero de buenas a primera echa a correr dentro del agua, para terminar de cabeza en una ola. Sale soltando una mezcla entre una maldición y una risa, y mueve la cabeza para apartar el pelo mojado que cae sobre su cara. Se gira para mirarme y levanta un brazo, haciéndome señas para que vaya.

- ¡No está tan mal! – me chilla, riéndose – ¡Vamos!

- ¡Ven tú! – replico, sonriendo levemente.

El corre hacia mí, sin esperar más de dos segundos, y le hago un hueco en la toalla para q se siente. Su piel congelada roza la mía y me estremezco de pies a cabeza.

- Estás congelado – gruño en broma, apartándole el pelo de la cara con un gesto.

- Qué quejica estás hecho – se burla, tomando la mano.

Yo la aparto con suavidad y miro al mar batiente, de nuevo serio. Lo escucho suspirar, y moverse hasta quedar tumbado.
Me quedo abrazándome las rodillas un poco más, para luego ponerme en pie y acercarme a la orilla. El sol está escondido entre las nubes y con el rabillo del ojo veo como el se incorpora a observarme.
El viento me revuelve el pelo, y la arena me golpea el costado. El grito de las gaviotas se revuelve a lo lejos y el mar no deja de rozar mis pies. Tengo ganas de llorar y no sé cómo, ni por qué. Tengo ganas de ir hasta él y perderme en sus labios, pero hay algo que me clava los pies en la arena fría y blanca, algo que me hace sentirme más pequeño que nunca, algo que me golpea en el estómago y me enternece a la vez.
En ese momento él está ahí, justo a mi lado, y me mira de frente, directamente a los ojos.

- ¿Qué te pasa, eh? – pregunta, serio.

Tan serio… Yo doy un paso atrás, y mis pantalones se mojan hasta las rodillas.
Él me acompaña en el paso, y vuelve a preguntarme, aunque esta vez su voz se rompe.

- ¿Qué te pasa? – doy otro paso hacia atrás, me llega el agua a la cintura - ¿No entiendes que podemos ser felices?

Llevo una mano hacia su mejilla, y le limpio las lágrimas.

- ¿No entiendes que podemos ser felices? – repite, en un susurro.

Me quedo prendido de sus ojos, y él en vez de limpiarme las lágrimas me besa, avanzando la cabeza sólo un poco, rozándome los labios casi sin querer, tan lento que puedo decir que el tiempo se ha detenido. Hemos viajado a años luz, y ahora no estamos en la playa, sino en aquel parque donde nos vimos aquella primera vez. Y la luna redonda mece aquellas palabras de entonces.
Pero pronto separa sus labios de los míos y vuelvo a oír sollozos del mar, y él me abraza porque tiemblo aunque ya no tengo frío, y me acaricia el pelo ahora que el agua me llega hasta el pecho y las olas nos acercan a la locura.

- ¿No entiendes que tú eres el lugar donde los sueños se cumplen?

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