6.6.12

Imborrable.

Eme,


Podría mirarte durante un tiempo infinito. Recorrerte con los ojos hasta que tú, y todo lo que representas, se quede gravado a fuego en mis pupilas, imborrable. Hasta que entre muy dentro de mí y engrandezca aún más el hueco que te has hecho en mi cabeza y del que posees tú la única llave. Imborrable tú y tu mirada de miel. Imborrable sí, como el delicioso descender de tu vientre y el andar despreocupado de todo las curvas desdibujadas que envuelven tu cuerpo. Imborrable casi como la línea desde tu hombro a tu clavícula, la forma de tus pechos en tu caja torácica o el peligro implícito en la calidez de tus labios. Imborrable toda tú, mi compañera, idea de belleza en el mundo inteligible.


Por ahora, sin embargo, me limitaré a mirarte en esta mañana de finales de mayo. Haré recuentos de los lunares que surcan tu espalda a base de besarlos uno a uno. Dejaré de mensaje en tu piel uno de los abrazos que llevo guardando toda mi vida para tu cuerpo desnudo. 


Eme,


Podría entregarte todos mis días, si tú me lo pidieras. Casi agradecida te los metería en un frasco pequeño cubierto de papel de celofán color chocolate. Y así observar como se desvanece nuestra caduca juventud e ir memorizando las arrugas que se formen para escribir en braille en tu cuerpo cómo pasa el tiempo y cómo cambiamos. Cómo a pesar de todo sigues aquí. Conmigo. Te los daría, sí. Y sé que no perdería mi dicha mientras decidieses guardarlos cerca de ti. Te entregaría todos mis días con la única condición de que desees llevarlos siempre contigo. 


Pero no voy a hacerlo. No voy a darte todos mis días, porque sé que es una cuenta demasiado grande como para quedarse entre todos los pensamientos que vienen y van en la estación de tu cabeza, siguiendo la marcha por los raíles. Porque el concepto de perenne cayó hace mucho de nuestra existencia.


Así que sólo voy a darte todos estos días. Nada menos. Nada más. Te daré los mejores años de mi vida, sin dudar un sólo instante. Pero no por ti, pero no para que decoren tu existencia. Te daré los mejores años de mi vida sólo para poder decir después (a la llegada inminente de la supervivencia a través de los recuerdos) que no puedo hacer nada con ellos porque son tuyos. Te pertenecen por derecho. Y aunque cambies y al nacer cada mañana encuentre en mi cama a una criatura diferente, jugaré a buscarte entre cada una de tus reencarnaciones. Al alba, ni un minuto más tarde. Para abrazarte con fuerza y poder susurrarme que eres mía. 


Las dos sabemos que para encontrarte de entre toda tú sólo tengo que existir.






Pe.

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