14.1.13

A la 1 de la mañana no, que es un número muy feo.

Llega despacio porque es de noche y porque llevo demasiado tiempo sin escuchar música. Porque es de noche despacio. Porque llevo demasiado tiempo sin escuchar música llega. Todo apesta a fracaso. Hasta estas letras. No me atrevo a poner la música, pese a que tengo el disco idóneo. Estoy cansada de ser yo todo el rato martilleando en mi cabeza. He roto martillos y cabezas y yos, pero ahí sigo. Cansada. Exhausta. Anciana. No quiero manchar también la música con eso.
Me llamo como mi abuela, que sí es anciana, pero tengo veintiún años recién cumplidos. Tengo además una cicatriz en la mejilla, desde los tres años. También tengo un resfriado desde hace meses que vino con la llegada del frío. Cada día es más duro poder calentar los pies, las manos. Los labios.
Hace algún tiempo algo se rompió en mi cabeza. Mi psicóloga dice que he ido formando un colchón bajo mis pies con todo lo que he heredado, con todo lo que he aprendido, con mi autoconcepto, con mi personalidad, con mis miedos, con mis vivencias absolutas. Dice que el colchón es pegajoso, que no me puedo librar de él así como así. Creo que quiere que lo queme, pero todos las cerillas se han mojado de tanto mearme encima. Soeces. Eso sienta bien.
Estoy harta de llamarme como mi abuela, de tener veintiún años y de la cicatriz. Oh, y del resfriado. Me gustaría poder ser incorpórea y mirarme desde fuera y luego olvidarme para siempre. Flotar y divertirme mirando como son las vidas de los que son felices y cuidar a los que me importan, vigilante. Incorpórea... sería placer absoluto.
Nada de esto tiene sentido, me olvidé hace tiempo de cómo se escribía. De cómo se hablaba. De cómo se pensaba en otra cosa que no fuera el caos. Me aburro a mí misma. Y a los demás. Es mejor estar callada que espantarlos. Además, pocos me interesan. Pocos quedan.
Mi novia queda, claro. Está en mi cama, esperándome dormida, pero estoy harta de que tenga que consolarme, de no poder dejar que me ayude. Sería fácil. Entraría en el fracaso, y soplaría. Y valiéndose de unos cuantos tacos de postits y de instrucciones claras lo pondría todo en orden y yo no volvería a fallar. Es maravillosa. Pero no puedo dejar que esté por aquí, el olor a fracaso es insoportable. Sé que no se iría porque me quiere, con locura, pero no puedo dejarla entrar porque yo sí que me iría.
Cuanto más inconexo es todo esto más me calma. Caos, que saco fuera de mí. Caos, que ya no está dentro. Al fin y al cabo, el caos puede ser una palabra muy descriptiva. Ojalá, en ese contexto, montañas enteras de caos. No en mi cabeza, ni en el escritorio de mi habitación. Me saca de quicio. No puedo estudiar así.
No puedo estudiar desde hace más de un año y no sé si podré hacerlo. No sé si tendré que dejar todo esto. Si podré hacer alguna vez algo que no sea fracasar.
La casa está en silencio. Todos duermen y yo tecleo porque quiero que se pase antes de ir a la cama. Porque mi novia se merece una noche tranquila. Y yo me merezco dormir, aunque sólo sea por mi pertenencia a la raza humana. Mi cabeza va a toda velocidad. Mi madre dice que estoy pálida. Mi horóscopo dice mentiras. Mis amigos no dicen nada. No saben nada. Es lo mejor. ¿El vencedor está solo?





Ojalá al escribirlo quedara aquí y no en mi cabeza, porque lo odio. Es lo más sincero que he escrito en meses. Y da arcadas.

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