15.1.13

Nubes de lunares en espaldas ajenas o cómo enamorarse todos los días.

- Qué bonita eres - al fin y al cabo solo son las palabras de siempre.
Haces ese sonido de sonreír, y me miras.
- ¿Bonita? - otra vez ese sonido - ¿Por qué?


Porque por las mañanas tu pelo es casi más rebelde, largo y descontrolado que nunca. Se deparrama por tu cara, por tu espalda, y casi dan ganas de estirar los dedos y atrapar un mechón, sólo para saber dónde acabará después de los tumbos que daremos. Porque tienes ojitos de haber dormido mucho, o poco (contigo es imposible saberlo con certeza hasta pasadas unas horas). Bonita, porque la luz de la habitación a través de la cortina es perfecta para tu tono de piel. Porque no te molesta que ronque en tu oreja noche sí y noche también. Porque nunca te ha importado mi caos más allá de la medida en la que me duele a mí (¿te das cuenta de lo maravillosa que eres? Bonita, por el ruido que haces cuando te conviertes en un mogollón de sábanas enredadas. Bonita, cuando me enredas con ellas. Bonita porque si pienso que llevo desde los quince años queriendo todos mis amaneceres contigo me mareo. Porque da igual que esté rota, encajo a la perfección con tu cuerpo cuando se trata de acurrucarme contra ti. Bonita, porque eres absolutamente mía cuando en un descuido te dejas querer y pones cara de no entender de donde sale tanto amor. Bonita, por haber seguido queriéndome el tiempo suficiente para que yo me diera cuenta. Bonita, por los días de playa de observarte de reojo en contraste con esas noches de desnudarte de a poquito que (como todas las noches al fin y al cabo) desenlazan en mañanas como esta.


Creo que tengo cara de pensar cuando me encojo de hombros y te acaricio la espalda con las puntas de los dedos.
- No lo sé - digo finalmente, y puede que sea cierto - Pero estás preciosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario