28.6.13

Ella [&Ella&Él]

Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos. Tienes los dedos largos, finos (aunque resultó no ser un problema para mis gemidos) y fríos. Me calman la piel, bajo el pelo. 
Lo haces con tanto cuidado que parece que pudiera romperse de un momento a otro. Eso también me gusta. 
- Aquí, boca abajo en tu pecho, admitiré que me gusta sentir que me cuidas - gritaría.
No grito, claro, sino que cierro los ojos con la mejilla temblando al son de tus latidos. Noto el corazón golpear tu piel, y a la vez mi cara. Lo oigo. Lo siento. Estás viva y en mi cama, la entropía del universo puede echarse una cabezadita. Por aquí todo en orden. 
Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos y no necesito tener los ojos abiertos para sentir nuestros cuerpos. Tú miras el techo, aunque en realidad tiene la barbilla baja y tu mirada se pierde en lo desparramado de mi pelo en la piel de mi espalda. 
Uno de tus brazos, el derecho, me rodea un poco para alcanzar los mechones que acaricias y la piel, bajo el pelo, calmándome. Y bajo la piel, también calma. Y entre las piernas, la prueba de que la calma acaba de llegar hace nada y aún está fresca. 
Tu otro brazo está estirado, hacia la izquierda y hasta el codo. Luego se dobla, hacia arriba, con el dorso de mano extendido sobre las sábanas. Mi mano se estira con tu brazo también hacia tu izquierda, que no hacia tu izquierdo (al menos por un rato). Yo tengo los dedos hacia abajo, apenas sobre tu antebrazo, en un roce leve. Si tuviera los ojos abiertos sería lo que miraría, el contraste del color de mis dedos con tu blanco.
La mitad izquierda de mi cuerpo está sobre el tuyo, la otra mitad está triste. 
Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos y el sol empieza a entrar por la ventana, a través de las cortinas. Abro los ojos para disfrutar del juego de luces que se montan las franjas de la persiana contra tu pecho. El pezón queda iluminado y juro que mientras levanto el cuello para lamerlo sólo pienso en que es bonito, no en obtener tu jadeo sorprendido. Quizá un poco.
Al final resultó que tenías los ojos cerrados. Sonríes así, con esa sonrisa, la de coleccionar arritmias. 
He de subir a besar la sonrisa, a atraparla, a hacerla mía y perenne a base de labios. Y labios. Y labios. ¿Y dónde está Wisconsin? ¿Y la calma? No está entre mis piernas, ¿tú la has visto? ¿A quién le importa?
Enredamos y desenredamos. Mi pelo se desparrama sobre el tuyo, mis dientes saltan al ruedo. Tus brazos se atan a mis caderas, tus uñas tatúan a piel descubierta. 
Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos y cuando la calma regresa yo ya he besado todos los suspiros de tu garganta. Me pregunto cuántos susurros hacen un orgasmo. No te lo pregunto.
Ahora que estamos frente a frente puedo dibujar la curva de tu costado y recorrer tus costillas como si fueran la escalera de los pies que forman las yemas de mis dedos. Como si quisieran llegar pronto arriba y pudieran ignorar la forma en la que me miras. 
- Feliz noche eterna - ¿Lo ha dicho tú o han sido mis labios?
- Feliz noche eterna - Al cuerno. 
Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos, pero más me gusta que me rodees la cadera con un brazo, lánguido. Y me gusta también el bucle de susurros que acaban con la Insomnia y nos envuelve con suavidad para dejarnos en manos de la Oniria.


Fuera el mundo, ignorante, empieza a funcionar.







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