31.5.11

L'homme gris.



Cuando salió de que le rompieran el corazón se dio cuenta de que no tenía ninguna prisa.
Volver al mundo real era casi irrisorio, así que se sentó en la acera, con tranquilidad.
Encendió un tabaco mentolado. Dejó el sombrero en su regazo.
Tenía todo el tiempo del mundo para saborear el dolor del rechazo, así que no tenía por qué irse de allí inmediatamente.
Estaba en el mejor de los limbos, sólo superado por el instante delicioso de antes del beso.
En ese instante aún no tenía por qué enfrentarse a la realidad. Aún no tenía que asumirla.
Podía pasarse horas y horas en ese estado meditabundo que lo mantenía a salvo.
Antes de las explicaciones.
Antes de los días grises.
Antes que mirar atrás significara dejar parte de las pestañas en el intento.
Soltó una bocanada al cielo, intentando seguir su trayectoria, y entonces la descubrió en el balcón.
Tenía la ropa de irse a dormir y el pelo desordenado. La luz de la farola recortaba la figura de su cuerpo pequeño contra la pared de su fachada.
Era sólo una silueta, pero podía ver su expresión de tristeza.
Levantó la mano como si se vieran por primera vez en el día y él correspondió a su vez, cómo si se admirara de su belleza por primera vez en su vida.
Se miraron en silencio.
Cómo llevaban haciendo desde hacía mucho tiempo.
El hombre gris quiso llorar, la silueta negra se encogió de hombros.
Cuando desapareció por la puerta del balcón y a él no le quedó más remedio que volver a ponerse el sombrero comprendió que su tiempo se había terminado.
Y fue entonces cuando sonó aquel estruendo.

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