26.10.11

No te vayas.

Estoy tirando de ti.

Muy despacito, pero con fuerza.

Estoy tirando de ti, ¿no puedes verlo?

Tengo las manos rotas de no romper la cuerda.

En silencio, para no asustarte.

Y seguiré tirando de ti...

Muy despacito y sin soltarte.

Hasta que nada pueda deshacer el nudo.

Hasta que estés tan conmigo que no puedas irte nunca más.



¿Es que no puedes verlo?



18.10.11

Por los anillos de Júpiter.


No sé si alguna vez te he dicho, Edgar, que Júpiter es mi planeta favorito. No, seguro que no te lo he dicho... pero sí. Júpiter es genial. Está lo suficientemente lejos del sol como para que haga un frío en el que absolutamente todo se hiela. Literalmente. Además, aunque no mucha gente lo sabe, Júpiter tiene anillos. Todo el mundo habla de Saturno y sus anillos pero a mí no me interesan demasiado. Prefiero los anillos de Júpiter. Están ahí, como en silencio. Como quietos. Sin hacer ruido, sin destacar. Su mayor anillo es el más imperceptible. ¿No es increíble? Aparte del frío y los anillos está la palabra en sí. Júpiter. Con "j", que es un fonema genial. Y esdrújula, con tilde automática. Cuando la gente piensa en Júpiter le establece mentalmente, casi sin saberlo, la tilde. Aunque sea mucho más que eso. Mucho, muchísimo más. Su nombre también se refiere al más grande de los Dioses Griegos. Qué gracia ¿no, Edgar? El más grande, el más sabio... pero frío y silencioso. Cómo no.

Siempre que pienso en que quiero largarme de aquí pienso en Júpiter, Edgar. Con frío y anillos tenues y tildes y Dioses griegos. Me siento un poco Júpiter a veces, Edgar. A millones de kilómetros del sol. Plegada de anillos que me pesan y que nadie sabe ver. Quiero irme, Edgar. Quiero irme a Júpiter, a hacer (por fin) ángeles en el hielo de su superficie.

Odio estar aquí. Odio respirar este aire de mierda. Aunque sea invierno. Odio el murmullo general del mundo. Y este dolor de cabeza, también lo odio. Odio el olor a castañas. Odio tener la mente en la muerte, en el olvido. Odio estar rodeada de gente, odio no poder acurrucarme en mi cama para siempre. Para siempre.

Odio no estar en Júpiter, Edgar.

Ven. Y llévame.

11.10.11

Demencia.


Imagina destruirlo todo.
Destruir tu mundo, tu vida.
Deshacerte de todos tus conocidos, tus amigos, tu amor. De todo. Encerrarlos en un lugar inalcanzable. O encerrarte tú. Qué más da.
Romperlo todo. Las ventanas, las puertas. El suelo si quieres. Quemar todo lo inflamable y hacer trizas lo demás. Bombardear tu armario. Lanzar los electrodomésticos azotea abajo. Convertir tu ropa en trocitos de tela.
Gritar. Hasta que no tengas voz. Y luego seguir gritando. En silencio, nadie te oirá en ningún caso.
Destruirte a ti misma. Arañar toda tu piel, vomitar a propósito hasta quemar tus cuerdas vocales, tragar chinchetas. Fumar toda la marihuana del mundo, lamer cristal, vaciar el cajón de las pastillas en tu garganta.
Eliminar la música. Desafinar en cada silbido. Hacer falsete en guturales.
Eliminar tus rasgos. Romperte la nariz contra las paredes, morderte los labios hasta que sangres, echarte lejía en los ojos hasta que destiñan.
Imagínalo.
Y luego empezar de cero.
En soledad.
En soledad...
Imagínalo y despierta. Reacciona.
Abre tu boca.
De una puta vez.
Ataraxia.

10.10.11

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Atrévete a mirarme a los ojos.
Sostenme la mirada, la cara y la vida. Sostenme.
Atrévete a plantarte frente a mí, sin flaquear. Como siempre.
Atrévete y pregúntame qué siento.
Qué siento, de una vez. Por todas. Aquellas.
Y tal vez entonces me atreva a hablar. Pueda. Quizá entonces me coma de un trago el carrusel de silencios de semifusas en el que se ha convertido mi vida.
Vamos, ¡VAMOS!
Te estoy esperando. Te estoy tendiendo la mano. Te estoy sujetando fuerte.
Sólo tienes que sostenerme y atreverte.
Por fin.