20.1.14

Bang.

Quiero sentirte susurrar en mi oído. Notar como el hilo de tu voz entra a través de la cadena de huesesillos y activa ese bendito mecanismo que termina dejando toda mi piel erizada y dispuesta a tu boca. A tu imaginación prodigiosa. Quiero que me acaricies el antebrazo, y los hombros. Las pantorrillas, el vientre, el pubis. Me muero por sentir la punta de tus dedos delgados recorriéndome de parte a parte y matándome de cosquillas. Nunca me he acostumbrado a las caricias, especialmente a las suaves, no soy capaz de detener los escalofríos. Y no quiero aprender a hacerlo ahora, lo que quiero es tus brazos envolviéndome en un lugar seguro, en algún punto junto a tus pechos y ese latir tan desordenado y tuyo. Quiero tu latir. Quiero tus latidos.Quiero llevar la mano a tu entrepierna sin previo aviso y dar paso a tus gemidos invocando la humedad. En la yema de mis dedos, en mi barbilla, en mi lengua... Quiero que vivamos húmedas y nuestras. Quiero tus palabras, tu discurso. Tu entonación, tus pausas, tus risas, tus reproches, tus llantos. Quiero tu voz, quiero reservarla para que vibre para mí. Pero, sobretodo, quiero nuestro universo. Mi universo. Tú, universo.

Deseo tan fervientemente crear un universo privado entre mi vida y tu vida que si pienso que ahora mismo no lo tengo la punzada en el pecho es honda hasta hacerme perder el camino de vuelta a saber respirar.






19.1.14

Portrait d'un homme inquiet.

Retrato de un hombre inquieto

Se retira hacia el fondo de sí mismo a pensar
lo poca cosa que es. Tal vez se vuelve al árbol
que le sugiere un gesto. Al cabo de una hora,
es la arena más bien quien le influye. Indolente

recuerda un viejo amor. Se cree bien conservado
a pesar del olvido y la sangre agolpada
sobre su corazón. No estaría tan inerme
si tuviera un amigo: por ejemplo un guijarro,

un ave moribunda, una colina cálida.
Cierra primero un ojo, luego el otro, escrutándose
con furor. No descubre nada fundamental

en sus pulmones ni en sus almas, que se quita
una detrás de otra, igual que sus camisas.
Toda serenidad le parece una ofensa.


Il fait retraite au fond de lui, pour repenser 
le peu qu'il est. Parfois, il s'en remet à l'arbre, 
qui lui suggère une attitude. Au bout d'une heure, 
c'est le sable plutôt qui l'influence. Inerte,

il se rappelle un vieil amour. Le temps l'épargne, croit-il, 
malgré l'oubli et le sang qui se bloque 
devant le cœur. Il serait moins désemparé 
s'il avait un ami : par exemple un caillou,

un oiseau moribond, une colline chaude.
Il ferme un œil, puis l'autre, afin de s'inspecter
avec fureur.
Il ne découvre rien qui vaille

dans ses poumons, ni dans ses âmes qu'il dévêt,
l'une après l'autre, à la façon de ses chemises.
Toute sérénité lui paraît une offense.)


Alain Bosquet.