6.11.13

Artículo 1741 del Código Civil.


CAPÍTULO PRIMERO.

DEL COMODATO


SECCIÓN PRIMERA. DE LA NATURALEZA DEL COMODATO


Artículo 1741.
El comodante conserva la propiedad de la cosa prestada. El comodatario adquiere el uso de ella, pero no los frutos; si interviene algún emolumento que haya de pagar el que adquiere el uso, la convención deja de ser comodato.









18.9.13


Sé que no vas a leer esto nunca. Eso hará más fácil las cosas, porque yo no pienso escribírtelo.








Miércoles 21 de junio de 1984. Clare.



Me echo al suelo esperando que la tormenta, que se arremolina, no repare en mí, y me tiendo de espaldas mirando hacia arriba cuando el agua empieza a caer del cielo. Se me empapa la ropa en un instante, y en se mismo momento noto que Henry está ahí, siento una increíble necesidad de que él esté ahí y ponga sus manos sobre mí, aun cuando me embarga la sensación de que Henry es la lluvia y yo estoy sola, deseándolo. 




La mujer del viajero en el tiempo.



6.7.13

28.6.13

Ella [&Ella&Él]

Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos. Tienes los dedos largos, finos (aunque resultó no ser un problema para mis gemidos) y fríos. Me calman la piel, bajo el pelo. 
Lo haces con tanto cuidado que parece que pudiera romperse de un momento a otro. Eso también me gusta. 
- Aquí, boca abajo en tu pecho, admitiré que me gusta sentir que me cuidas - gritaría.
No grito, claro, sino que cierro los ojos con la mejilla temblando al son de tus latidos. Noto el corazón golpear tu piel, y a la vez mi cara. Lo oigo. Lo siento. Estás viva y en mi cama, la entropía del universo puede echarse una cabezadita. Por aquí todo en orden. 
Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos y no necesito tener los ojos abiertos para sentir nuestros cuerpos. Tú miras el techo, aunque en realidad tiene la barbilla baja y tu mirada se pierde en lo desparramado de mi pelo en la piel de mi espalda. 
Uno de tus brazos, el derecho, me rodea un poco para alcanzar los mechones que acaricias y la piel, bajo el pelo, calmándome. Y bajo la piel, también calma. Y entre las piernas, la prueba de que la calma acaba de llegar hace nada y aún está fresca. 
Tu otro brazo está estirado, hacia la izquierda y hasta el codo. Luego se dobla, hacia arriba, con el dorso de mano extendido sobre las sábanas. Mi mano se estira con tu brazo también hacia tu izquierda, que no hacia tu izquierdo (al menos por un rato). Yo tengo los dedos hacia abajo, apenas sobre tu antebrazo, en un roce leve. Si tuviera los ojos abiertos sería lo que miraría, el contraste del color de mis dedos con tu blanco.
La mitad izquierda de mi cuerpo está sobre el tuyo, la otra mitad está triste. 
Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos y el sol empieza a entrar por la ventana, a través de las cortinas. Abro los ojos para disfrutar del juego de luces que se montan las franjas de la persiana contra tu pecho. El pezón queda iluminado y juro que mientras levanto el cuello para lamerlo sólo pienso en que es bonito, no en obtener tu jadeo sorprendido. Quizá un poco.
Al final resultó que tenías los ojos cerrados. Sonríes así, con esa sonrisa, la de coleccionar arritmias. 
He de subir a besar la sonrisa, a atraparla, a hacerla mía y perenne a base de labios. Y labios. Y labios. ¿Y dónde está Wisconsin? ¿Y la calma? No está entre mis piernas, ¿tú la has visto? ¿A quién le importa?
Enredamos y desenredamos. Mi pelo se desparrama sobre el tuyo, mis dientes saltan al ruedo. Tus brazos se atan a mis caderas, tus uñas tatúan a piel descubierta. 
Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos y cuando la calma regresa yo ya he besado todos los suspiros de tu garganta. Me pregunto cuántos susurros hacen un orgasmo. No te lo pregunto.
Ahora que estamos frente a frente puedo dibujar la curva de tu costado y recorrer tus costillas como si fueran la escalera de los pies que forman las yemas de mis dedos. Como si quisieran llegar pronto arriba y pudieran ignorar la forma en la que me miras. 
- Feliz noche eterna - ¿Lo ha dicho tú o han sido mis labios?
- Feliz noche eterna - Al cuerno. 
Me gusta cuando me acaricias el pelo con los dedos, pero más me gusta que me rodees la cadera con un brazo, lánguido. Y me gusta también el bucle de susurros que acaban con la Insomnia y nos envuelve con suavidad para dejarnos en manos de la Oniria.


Fuera el mundo, ignorante, empieza a funcionar.







25.6.13

Acordeón.

Tengo los pulmones viejos y arrugados. El aire pasa por ellos como una tormenta de arena.
Siento los fragmentos minúsculos de roca golpearlos con fuerza. Me pregunto cómo consiguen ser tan roca y tan poco fragmentos minúsculos.
Tengo los pulmones viejos y arrugados. Crujen y se retuercen y me piden humo y yo les hablo de lo genial de la palabra insuflar, pero no es suficiente.
Nunca lo es.





4.6.13




The bloody train is bloody late. You bloody wait, you bloody wait... You're bloody lost and bloody found stuck in fucking chicken town. The bloody view is bloody vile for bloody miles and bloody miles... the bloody babies bloody cry, the bloody flowers bloody die. The bloody food is bloody muck, the bloody drains are bloody fucked... The colour scheme is bloody brown everywhere in chicken town.






29.5.13

De sentir intensamente o cómo destrozar la belleza a puntapiés.



- Recuerda el momento exacto en el que te desgarres - solía decir - Coge el dolor con las dos manos y apriétalo con fuerza, contra ti. Siéntelo en tu garganta, en tus manos, en tu pulso. Entiende sin más que te estás rompiendo y aférrate a ello con uñas y dientes. Eso también es estar vivo. 







25.5.13

Oda.



Mi lengua entre tus piernas.
Moviéndose.
Mi lengua entre tus piernas, moviéndose.
Rápida.
Mi lengua entre tus piernas, moviéndose rápida.
Y sin parar.
Mi lengua entre tus piernas, moviéndose rápida y sin parar.
Hasta que te corres.
Mi lengua entre tus piernas, moviéndose rápida y sin parar hasta que te corres.




19.5.13

No es tan fácil...

...porque, nena, para hablar de amor hay que hablar también de lo que nos rompe. Hay que hablar de los nombres que nos vamos prohibiendo con el paso del tiempo y de los meses que se atraviesan sin pensar entre la garganta y el bazo (y que encima tienen la religiosa desfachatez de estar de vuelta al año siguiente). Tendríamos que nombrar los consejos desoídos y las decisiones erróneas a ratos tomadas por la libido y a veces no tomadas en absoluto. Ni un poco. Bueno, quizás un poco sí. Habría que explicar las noches de sólo olerse de reojo con la vista más allá del techo de la silenciosa habitación y de las palabras exactas puestas en el orden preciso para hacerlas incisivas, imborrables.

Para hablar de amor, nena, primero tendríamos que decir que nos hemos hecho más daño del que nadie podrá subsanar jamás. Que ya hemos perdido la aguja escarlata con la que nos cerrábamos las heridas la una a la otra, y que nos quedamos sin oxígeno para el agua desde antes de que te comiera por primera vez. Siendo honestas deberíamos contar todo lo que hemos dejado por el camino hasta llegar al amor, aunque nos quedáramos sin dedos antes de salir de casa.Y así podríamos hablar de las que nunca supimos desprendernos y de su gravedad (esa tan propia de las cosas en las que no se piensa) que hace que me hunda un poco siempre de más en los zapatos.

Sólo entonces, nena, podremos empezar a hablar de amor y si hay suerte no dejar de hablar ni un poco. Bueno... Quizás un poco sí.



(Te rompí con esmero durante mucho tiempo, con el esmero necesario para que en tus rotos encajara sin más lo que tú habías hecho conmigo.)





10.4.13

#1

A veces basta con la mínima piedrecita en el zapato para sentir como un huracán te entra por las uñas más que mordidas de las manos y se aloja en tu cabeza. ¿Y cómo ibas a parar de mover los pies? ¿Cómo ibas a parar de frotarte los dedos entre sí? ¿Qué ibas a hacer con el nudo de tu garganta si no tratar de que tu respiración se acompase con los latidos en tu sien? 

Llegan entonces las ganas de dar cabezazos contra la pared, de golpearte la cara para que te duela al menos quince minutos. Pero no puedes, porque te verían y te pedirían por favor con los ojos en blanco y negro que te fueras. La gente te echa, no puede entender el camino más rápido a la salvación. Lo que no sabe es que también puedes usar los labios en pellizcos ínfimos. Duelen y no dejan marca, son perfectos. 

Cuando llega el dolor parece que el huracán se asoma a mirar y se olvida un poco de dar vueltas. Además, tienes una mano haciéndote daño así que no te queda más remedio que palpar con la otra la más que conocida tela de tu vaquero hasta quemarte las yemas de los dedos. Tus pies siguen moviéndose a toda velocidad, pero esa guerra está perdida. Hace un rato que no respiras, así que eso ya no es problema. 

Dos, tres, siete veces al día. Doce, quince. No tiene límite, nunca. 

Ojalá días muy cortos y poder coger tanto aire como para abarcar el huracán entero y luego escupirlo llamando furcia a la vida en un grito.

Se lo merece.








18.3.13

Marzo de...

... pensar en ti y en John Deacon (el mejor bajista de todos los tiempos) y quizá masturbarme o liarme un cigarro antes de ser consciente de nuevo de que la resiliencia se me resiste.

23.2.13

Frío.



Y quizá sonreír un poco y pensar que podemos salvarnos si hace frío y estás cerca. 
Más cerca, claro. Más cerca siempre. 

14.2.13

Mental.

Me morderé los labios hasta que queden sellados con cera roja. 
Me abrazaría las rodillas, quizá.
Voy a callarme para siempre, es lo más justo. 
Y el silencio en el fondo es divertido, siempre devuelve el eco.
Quizá esté un poco "mental" ya. Mental. Mental. Me gusta cómo suena.
Me duele el pecho. 
Me duelen los ojos.
Me duele el hombro.
La cera roja no duele. Me hará impune al paso del tiempo. 
Respirar es sencillo, sólo se trata de seguir aquí. 
Mi cabeza es pequeña, siempre tropiezo con sus paredes.
Mental.
Mental.
Mental. 


Ve.


[Ella&] Ella [&Él]

Fuera llueve. Aquí dentro sólo hace el suficiente frío como para estar acurrucados en el lado de la cama junto al pequeño calefactor. Yo estoy desnuda y tú, como siempre, recorres mi cuerpo como si fuera un paisaje nuevo, como si tus huellas dactilares y tus labios no se lo supieran de memoria. Te doy la espalda, tendida sobre el costado.
Me acaricias y sé lo que estás pensando cuando me sujetas con firmeza por el hueso de la cadera para girarme hacia ti y alcanzarme los labios. Sé lo que estás pensando en cuanto tus ojos se asoman a los míos, mientras te abres paso entre las sábanas para tratar de llegar hasta mí.

- No quiero estar aquí, pero aquí estoy. No quiero estar aquí, y sin embargo aquí me quedaré. Cuando tú te marches, aquí seguiré yo, en este punto y coma. Preguntándome quién me trajo aquí, y quién no me sacará. Cuándo conseguiré borrar el olor de tu champú de las toallas del baño. Cuántas veces tendré que apartar una taza café frío para aceptar que no lo bebo después de ti. Encontrarás la manera de que vuestras manos encajen, de que vuestras almohadas encajen. Eligirás el color adecuado de cepillo de dientes para las dos. Y yo seguiré aquí, cuando el mundo entero cambie para ti y sepas que es ella. Y yo, que seguiré siendo yo, seguiré en este piso demasiado pequeño para tener perro y sabré que eras tú y que ya no eres nada. Mis manos envejecerán aquí, pasando las hojas del periódico que has traído esta mañana una y otra vez. Tal vez me deje barba, no lo sé. El gato se preguntará por qué ya la cama no está cálida, por qué sólo queda la sombra de medio hombre que desde siempre fue frío. Mi cabeza será un caos aún, aquí anclado. Pero ahora mi caos será mío y mis miedos sólo los miedos del que no gasta dinero en perfume por la certeza de que nadie le olerá como tú lo hacías. Mi dolor será sólo para mí y a quién le importa. Se arrugará de no usarse el mapa de tus respiraciones mientras lo hacemos. Y la ducha minúscula se quedará grande para mí. Y me haré viejo, y me cansaré de masturbarme, y seguiré aquí. Donde no quiero estar. Y tú en otro lugar, donde tampoco quiero estar. O quizá sí. Quizá esto solo tiene sentido contigo, pero si tú ya no existes para mí no sé por qué te hago el amor. Y no sé por qué paro ahora. Ni por qué hundo la cabeza en tu hombro cálido ni por qué rompo a llorar. O quizá sí. No quiero estar aquí, pero aquí estoy, en este punto y coma...

Eso sería lo que dirías si pudieras hablarme. Pero no puedes. Y sería lo que yo sabría si quisiera saberlo. Pero yo no quiero saber lo que estás pensando. No quiero saber de tu soledad, ni de tus ojos de querernos a sacudidas y quemazones en otra época. Hueles a que te he guardado hondo y pequeñito en algún rincón de la eternidad, pero me da tiempo de arrugar la nariz y vestirme antes de salir por la puerta. Una vez fuera ya no hueles a nada.

6.2.13

Letras desordenadas.

Ni siquiera tú eres para siempre. Ni yo. Ni el unir de labios que hace jadear, ni las mentiras que invento para ti. Tus piernas son largas, pero no duran para siempre. Tu amor es enorme, pero no me cubre siempre. Tampoco mis te quiero, que a veces se atascan y a veces se disparan. Ni aquel confeti que barrí para tu cumpleaños, ni todo lo que susurré en tu baño el otro día mientras dormitabas en el sofá. 

Ni siquiera tú eres para siempre. Vas a marchitarte, una vez yo abandone tu vida o quizá antes o quizá ahora mismo. Ni yo. Voy a marchitarme hasta que el tiempo se de cuenta de que dejé de hacer la fotosíntesis aquella tarde de calor, que no hace falta marchitarme porque el vencedor está sólo y yo no he ganado una carrera en mi vida, ni una sola. 

Hacer el amor tampoco es para siempre. A veces sólo tienes un lunar maravilloso en el hueso de la cadera. A veces sólo quiero saber cuán vivas podemos estar, a veces hace frío. A veces pienso que voy a volverme loca, a veces sé que tú lo estás. A veces desearía tener más ganas, a veces desearía que fuésemos para siempre.  

Los besos a medias no son para siempre. A veces me duelen tus labios porque están justo donde quieren estar y a veces recuerdo que no has pensado en respirar. No se me da bien hacer café sin dejarlo enfriar o demasiado amargo y no es inusual querer simplemente coexistir. Coexistir para siempre es difícil, porque no somos para siempre. 

El eco de tus susurros parece durar para siempre. Tal vez es que cuando me voy despistando de recordarlos llegan y simplemente se repiten. Si alguien sabe hacer las cosas para siempre eres tú, el único problema es que ni siquiera tú eres para siempre.

Estas palabras no serán para siempre. Las leerás cuando tal vez yo ya me olvide de qué sentía al escribirlo. Me olvido de muchas cosas, porque los recuerdos no son para siempre. A veces no son ni para diez minutos. Y diez minutos durarán las palabras hasta que consiga sacarlas de mi cabeza y decir que me salvas de existir a medias por si acaso resulta que las palabras sí son para siempre. 



15.1.13

Nubes de lunares en espaldas ajenas o cómo enamorarse todos los días.

- Qué bonita eres - al fin y al cabo solo son las palabras de siempre.
Haces ese sonido de sonreír, y me miras.
- ¿Bonita? - otra vez ese sonido - ¿Por qué?


Porque por las mañanas tu pelo es casi más rebelde, largo y descontrolado que nunca. Se deparrama por tu cara, por tu espalda, y casi dan ganas de estirar los dedos y atrapar un mechón, sólo para saber dónde acabará después de los tumbos que daremos. Porque tienes ojitos de haber dormido mucho, o poco (contigo es imposible saberlo con certeza hasta pasadas unas horas). Bonita, porque la luz de la habitación a través de la cortina es perfecta para tu tono de piel. Porque no te molesta que ronque en tu oreja noche sí y noche también. Porque nunca te ha importado mi caos más allá de la medida en la que me duele a mí (¿te das cuenta de lo maravillosa que eres? Bonita, por el ruido que haces cuando te conviertes en un mogollón de sábanas enredadas. Bonita, cuando me enredas con ellas. Bonita porque si pienso que llevo desde los quince años queriendo todos mis amaneceres contigo me mareo. Porque da igual que esté rota, encajo a la perfección con tu cuerpo cuando se trata de acurrucarme contra ti. Bonita, porque eres absolutamente mía cuando en un descuido te dejas querer y pones cara de no entender de donde sale tanto amor. Bonita, por haber seguido queriéndome el tiempo suficiente para que yo me diera cuenta. Bonita, por los días de playa de observarte de reojo en contraste con esas noches de desnudarte de a poquito que (como todas las noches al fin y al cabo) desenlazan en mañanas como esta.


Creo que tengo cara de pensar cuando me encojo de hombros y te acaricio la espalda con las puntas de los dedos.
- No lo sé - digo finalmente, y puede que sea cierto - Pero estás preciosa.

14.1.13

A la 1 de la mañana no, que es un número muy feo.

Llega despacio porque es de noche y porque llevo demasiado tiempo sin escuchar música. Porque es de noche despacio. Porque llevo demasiado tiempo sin escuchar música llega. Todo apesta a fracaso. Hasta estas letras. No me atrevo a poner la música, pese a que tengo el disco idóneo. Estoy cansada de ser yo todo el rato martilleando en mi cabeza. He roto martillos y cabezas y yos, pero ahí sigo. Cansada. Exhausta. Anciana. No quiero manchar también la música con eso.
Me llamo como mi abuela, que sí es anciana, pero tengo veintiún años recién cumplidos. Tengo además una cicatriz en la mejilla, desde los tres años. También tengo un resfriado desde hace meses que vino con la llegada del frío. Cada día es más duro poder calentar los pies, las manos. Los labios.
Hace algún tiempo algo se rompió en mi cabeza. Mi psicóloga dice que he ido formando un colchón bajo mis pies con todo lo que he heredado, con todo lo que he aprendido, con mi autoconcepto, con mi personalidad, con mis miedos, con mis vivencias absolutas. Dice que el colchón es pegajoso, que no me puedo librar de él así como así. Creo que quiere que lo queme, pero todos las cerillas se han mojado de tanto mearme encima. Soeces. Eso sienta bien.
Estoy harta de llamarme como mi abuela, de tener veintiún años y de la cicatriz. Oh, y del resfriado. Me gustaría poder ser incorpórea y mirarme desde fuera y luego olvidarme para siempre. Flotar y divertirme mirando como son las vidas de los que son felices y cuidar a los que me importan, vigilante. Incorpórea... sería placer absoluto.
Nada de esto tiene sentido, me olvidé hace tiempo de cómo se escribía. De cómo se hablaba. De cómo se pensaba en otra cosa que no fuera el caos. Me aburro a mí misma. Y a los demás. Es mejor estar callada que espantarlos. Además, pocos me interesan. Pocos quedan.
Mi novia queda, claro. Está en mi cama, esperándome dormida, pero estoy harta de que tenga que consolarme, de no poder dejar que me ayude. Sería fácil. Entraría en el fracaso, y soplaría. Y valiéndose de unos cuantos tacos de postits y de instrucciones claras lo pondría todo en orden y yo no volvería a fallar. Es maravillosa. Pero no puedo dejar que esté por aquí, el olor a fracaso es insoportable. Sé que no se iría porque me quiere, con locura, pero no puedo dejarla entrar porque yo sí que me iría.
Cuanto más inconexo es todo esto más me calma. Caos, que saco fuera de mí. Caos, que ya no está dentro. Al fin y al cabo, el caos puede ser una palabra muy descriptiva. Ojalá, en ese contexto, montañas enteras de caos. No en mi cabeza, ni en el escritorio de mi habitación. Me saca de quicio. No puedo estudiar así.
No puedo estudiar desde hace más de un año y no sé si podré hacerlo. No sé si tendré que dejar todo esto. Si podré hacer alguna vez algo que no sea fracasar.
La casa está en silencio. Todos duermen y yo tecleo porque quiero que se pase antes de ir a la cama. Porque mi novia se merece una noche tranquila. Y yo me merezco dormir, aunque sólo sea por mi pertenencia a la raza humana. Mi cabeza va a toda velocidad. Mi madre dice que estoy pálida. Mi horóscopo dice mentiras. Mis amigos no dicen nada. No saben nada. Es lo mejor. ¿El vencedor está solo?





Ojalá al escribirlo quedara aquí y no en mi cabeza, porque lo odio. Es lo más sincero que he escrito en meses. Y da arcadas.