22.8.12


Cuando Zaratrustra tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó,- y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:

" ¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quien iluminas!
Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente te habrías hartado de tu luz y de este camino.
Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello.
¡Mira! Estoy haciendo de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.
Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!
Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso, como dicen los hombres a quienes quiero bajar.
¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!
¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas partes el resplandor de tus delicias!
¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre."

Así comenzó el ocaso de Zaratustra.

S.

Al fin y al cabo "caos" puede ser una palabra muy descriptiva. Un caos por fuera, y sobretodo un caos por dentro. Oh, sí, sobretodo un caos por dentro.
La habitación es penumbrosa, tal vez. En cualquier caso nadie apartaría la mirada de su expresión casi rota para fijarse en la luz. Tres segundos para saber que las cosas no van bien. Que ya son demasiados finales de mes sin que vayan bien. Que ya son demasiadas noches de que vayan realmente mal.
El pelo desordenado, claro, aparte casi de la escena. Los ojos oscuros y entre los gestos que casi olvida sumida en su caos una de esas sonrisas que detienen el tiempo. De las que coleccionan alientos.
Pequeña chica grande, juguemos a no estar triste.
Gestos leves, pequeños. Apenas rodearse la muñeca del brazo izquierdo con la mano del derecho y apretar un poco. Lo justo, nada más. Nunca se sabe lo que se puede encontrar si buscas con demasiado ímpetu bajo la piel de la pequeña chica grande. Pero un poco basta, un poco sobra para saberlo.
Sí, ahí está.
Sístole.
Diástole.
Uno tras otro, una y otra vez.
Y no se van, aunque sea el día más triste del mes. No se van, aunque se haga un esbozo de proyecto de mujer protegida entre sábanas destronadas. 
Aunque se tropiecen las cicatrices entre sí ahí siguen.
Sístole.
Diástole. 
Uno tras otro, una y otra vez.
Porque no hay caos que alcance sus latidos de corazón viejo. 


Pequeña chica grande, sal del caos. Ven. Juguemos a no estar triste.



20.8.12

"Y es que aún falta un poco, aún hay que empeñecer un poco más. Es posible que resulte cansado y que quieras abandonar a medio camino pero es importante que permanezcas firme. Cuando llegue el momento, cuando te odies lo suficiente, lo sabrás."









7.8.12

Carta de suicidio de Virginia Woolf. Las Horas.

Amor mío:

Tengo la certeza de estar enloqueciendo otra vez. No podremos soportar otra de estas terribles crisis y sé que, esta vez, no me recuperaré. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme, por lo tanto voy a hacer lo mejor que puedo hacer.
Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido todo lo que alguien puede ser para otro. Sé que estoy destrozando tu vida y que sin mi podrías trabajar... Y lo harás. Lo sé. Ni si quiera me espreso debidamente...
Lo que quiero decirte es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has tenido una paciencia infinita y has sido increíblemente bueno. En mí ya no queda nada salvo la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida.
No creo que dos personas hayan sido más felices de lo que hemos sido nosotros.
Querido Leonard, mirar la vida a la cara. Siempre hay que mirarla a la cara y conocerla por lo que es. Así podrás conocerla, quererla por lo que es y luego guardarla dentro.
Leonard, guardaré los años que compartimos. Guardaré esos años. Siempre. Y el amor.Siempre. Y las horas.

Virginia.