24.4.12

(Ella&) Ella (&Él)

Ya es de noche cuando llega a casa. Abre la puerta y da un tropezón con el paragüero soltando una risilla despreocupada. En un día normal nada podría alcanzarle. Tiene los ojos rojos e hinchados de haberse fumado un disgusto muy grande, pero no pierde su encanto de bohemio parisino. No hay contexto que le arranque la mirada de soñador de las retinas.
Yo sigo acurrucada en el sofá desde las siete, con la manta azul que robamos del avión cuando fuimos a Londres. Son más de las doce, pero me da igual. No tengo fuerzas para errar hasta la cama. Lo miro, ahí, siendo la criatura más bella del universo.
Levanta la cabeza de sus pies y me mira, con una sonrisa de tener más de quinientos años.

- Ahí está la chica guapa del baile – susurra con su voz gravísima, moviéndose con galantería hasta el sofá – La de los ojos brillantes y la sonrisa perfecta. La chica que todos desean, que todas envidian. La del vestido más caro y la frase correcta siempre en los labios.

Se deja caer a mi lado, de golpe. Una de sus manos sigue en su bolsillo, pero la otra se estira, como si pudiera saber que terminaré en su hombro.

Aquí está la chica más guapa del baile, la que todos quieren besar – continúa, con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás – Y parece triste. ¿Qué le ha pasado, quién le habrá roto el corazón?

Sigo callada. Él sabe con exactitud que he estado con ella casi tanto como que nunca fui la chica más guapa de la fiesta.
Deslizo mi mano fuera de la manta para agarrar la suya, con fuerza.
Él abre los ojos, más verdes que nunca. Me mira. Deseo que estén llenos de reproche pero sólo hay restos de tristeza y marihuana. Y un amor tan profundo que da miedo tirar de él. Porque te absorbe. Porque, si yo quisiera, me absorbería.
Me acerco y toco con mi mano el nacimiento de sus labios, que se enreda en una mueca ladeada de quién ha perdido la otra media sonrisa en una batalla a matar. Recorro sus mejillas blanquecinas y asciendo hasta su pelo corto y rizado. Rebelde.

Eres precioso – susurro despacito admirando su rostro, que se ensombrece.

Se inclina y me besa, casi por inercia. Sin pasión, como quién intenta tapar una herida demasiado grande con el meñique. Me besa porque él realmente lo necesita. Yo pienso que es la primera vez hoy, que tiene los labios calientes y que no debería pensar mientras me besa. Pero no me separo. Lo hace él. Y me mira a los ojos taladrándome.

- Has estado con ella hoy – dice con tono neutro. No es una pregunta. Es una afirmación insultantemente dolorosa, insultantemente cierta. Su voz va endureciendo con cada frase. - Has estado con esa mujer, pero algo no ha ido bien. Esa mujer, que ha hecho llorar a lo que más me importa. Otra vez. Esa mujer, a la que debo respetar porque aunque no te des cuenta realmente tu felicidad depende, en gran parte, de ella.. Esa mujer, a la que pareces desear cada vez que aparto mi mirada de ti.

Me quedo muda: una estatua pequeñita a la que han sorprendido en un gesto de tristeza justo antes de desaparecer. En cualquier caso no desaparezco, aunque sólo sea por no dejar sólos unos ojos verdes tan y tan bonitos.
Él se levanta del sofá. Se mira los zapatos con el ceño fruncido, como si fuera a derrumbarse de un momento a otro.

- No sé que es más triste – susurra, con los puños apretados – Si que todavía huelas a sexo o saber que estés aquí conmigo pensando en cuándo volverás a verla.

Se marcha, a pasos suaves. Pero aún se escucha su voz antes de que se cierre la puerta de la habitación con un sonido sordo.

- Trae la manta cuando vengas a la cama.

Y yo me borro de la faz de la tierra desde el sofá. 

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