18.10.11

Por los anillos de Júpiter.


No sé si alguna vez te he dicho, Edgar, que Júpiter es mi planeta favorito. No, seguro que no te lo he dicho... pero sí. Júpiter es genial. Está lo suficientemente lejos del sol como para que haga un frío en el que absolutamente todo se hiela. Literalmente. Además, aunque no mucha gente lo sabe, Júpiter tiene anillos. Todo el mundo habla de Saturno y sus anillos pero a mí no me interesan demasiado. Prefiero los anillos de Júpiter. Están ahí, como en silencio. Como quietos. Sin hacer ruido, sin destacar. Su mayor anillo es el más imperceptible. ¿No es increíble? Aparte del frío y los anillos está la palabra en sí. Júpiter. Con "j", que es un fonema genial. Y esdrújula, con tilde automática. Cuando la gente piensa en Júpiter le establece mentalmente, casi sin saberlo, la tilde. Aunque sea mucho más que eso. Mucho, muchísimo más. Su nombre también se refiere al más grande de los Dioses Griegos. Qué gracia ¿no, Edgar? El más grande, el más sabio... pero frío y silencioso. Cómo no.

Siempre que pienso en que quiero largarme de aquí pienso en Júpiter, Edgar. Con frío y anillos tenues y tildes y Dioses griegos. Me siento un poco Júpiter a veces, Edgar. A millones de kilómetros del sol. Plegada de anillos que me pesan y que nadie sabe ver. Quiero irme, Edgar. Quiero irme a Júpiter, a hacer (por fin) ángeles en el hielo de su superficie.

Odio estar aquí. Odio respirar este aire de mierda. Aunque sea invierno. Odio el murmullo general del mundo. Y este dolor de cabeza, también lo odio. Odio el olor a castañas. Odio tener la mente en la muerte, en el olvido. Odio estar rodeada de gente, odio no poder acurrucarme en mi cama para siempre. Para siempre.

Odio no estar en Júpiter, Edgar.

Ven. Y llévame.

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