6.2.13

Letras desordenadas.

Ni siquiera tú eres para siempre. Ni yo. Ni el unir de labios que hace jadear, ni las mentiras que invento para ti. Tus piernas son largas, pero no duran para siempre. Tu amor es enorme, pero no me cubre siempre. Tampoco mis te quiero, que a veces se atascan y a veces se disparan. Ni aquel confeti que barrí para tu cumpleaños, ni todo lo que susurré en tu baño el otro día mientras dormitabas en el sofá. 

Ni siquiera tú eres para siempre. Vas a marchitarte, una vez yo abandone tu vida o quizá antes o quizá ahora mismo. Ni yo. Voy a marchitarme hasta que el tiempo se de cuenta de que dejé de hacer la fotosíntesis aquella tarde de calor, que no hace falta marchitarme porque el vencedor está sólo y yo no he ganado una carrera en mi vida, ni una sola. 

Hacer el amor tampoco es para siempre. A veces sólo tienes un lunar maravilloso en el hueso de la cadera. A veces sólo quiero saber cuán vivas podemos estar, a veces hace frío. A veces pienso que voy a volverme loca, a veces sé que tú lo estás. A veces desearía tener más ganas, a veces desearía que fuésemos para siempre.  

Los besos a medias no son para siempre. A veces me duelen tus labios porque están justo donde quieren estar y a veces recuerdo que no has pensado en respirar. No se me da bien hacer café sin dejarlo enfriar o demasiado amargo y no es inusual querer simplemente coexistir. Coexistir para siempre es difícil, porque no somos para siempre. 

El eco de tus susurros parece durar para siempre. Tal vez es que cuando me voy despistando de recordarlos llegan y simplemente se repiten. Si alguien sabe hacer las cosas para siempre eres tú, el único problema es que ni siquiera tú eres para siempre.

Estas palabras no serán para siempre. Las leerás cuando tal vez yo ya me olvide de qué sentía al escribirlo. Me olvido de muchas cosas, porque los recuerdos no son para siempre. A veces no son ni para diez minutos. Y diez minutos durarán las palabras hasta que consiga sacarlas de mi cabeza y decir que me salvas de existir a medias por si acaso resulta que las palabras sí son para siempre. 



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